Respetar los individuos de otras condiciones. El testimonio de Evelyn. Es

Respetar los individuos de otras condiciones. El testimonio de Evelyn.

Muchos cuerpos, una misma alma. 2006.Este caso del Doctor Brian Weiss pertenece a una paciente que aquí toma el nombre de Evelyn, donde se evidencia la necesidad de aprender a respetar a las personas que pertenecen a un colectivo ajeno.

Según el Doctor Weiss, es frecuente que los individuos que han odiado a personas de otra condición se reencarnen posteriormente en personas que pertenecen justamente a esta condición.

La labor del terapeuta en este caso consiste en ayudar a identificar, mediante la técnica de la regresión, el origen del conflicto, que fue descubierto en una vida pasada. Más adelante, sugiere realizar progresiones a hipotéticas encarnaciones futuras, el resultado de las cuales varía en función de la actitud del paciente ante el reto planteado.


El testimonio de Evelyn.

Evelyn se dedicaba a las fusiones y las adquisiciones; es decir, que su trabajo consistía en ayudar a dos empresas a unirse o a una de ellas a comprar la otra. Cuando las compañías eran grandes, las ofertas solían ser de cientos de millones de dólares, y los honorarios que cobraba la empresa para la que trabajaba Evelyn tenían por lo general siete cifras. Ella recibía un sueldo considerable que, muchas veces, quedaba doblado o triplicado al sumarle las bonificaciones de final de año, con las que le recompensaban haber aumentado la facturación.

Tendría unos treinta y cinco años, era delgada y físicamente atractiva, con el pelo negro y muy corto, casi el estereotipo de una ejecutiva joven. Cuando acudió a verme, su ropa reflejaba el nivel de su éxito: traje chaqueta y bolso de Chanel, pañuelo de Hermès, zapatos de Gucci, reloj Rolex y collar de diamantes. Sin embargo, cuando la miré a los ojos (cosa que no resultaba fácil, ya que los apartaba en cuanto se percataba de que la observaba) detecté tristeza; la luz procedía de los diamantes que rodeaban su cuello, no de su expresión.

Necesito ayuda,– me pidió en el momento en que nos saludamos.

Se sentó y empezó a retorcer sus manos nerviosas en el regazo. Enseguida me di cuenta de que tenía tendencia a hablar con oraciones afirmativas sencillas enunciadas en voz alta que quedaba poco natural.

Soy infeliz.

Se hizo el silencio. Siga,– le rogué.

Últimamente he perdido toda mi alegría.

La frase sonaba extrañamente formal. Recordé que era una cita de Hamlet. A veces los pacientes utilizan palabras prestadas para no tener que recurrir a las suyas propias. Es un mecanismo de defensa, una forma de ocultar los sentimientos. Esperé a que siguiera.

Tardó un rato.

Antes me encantaba mi trabajo. Ahora no lo soporto. Antes quería a mi marido. Ahora estamos divorciados. Cuando tengo que verle, apenas logro mirarle a la cara.

¿Cuándo se inició ese cambio?– pregunté.

Cuando empezaron los atentados suicidas en Israel.

Aquella respuesta absolutamente inesperada me dejó aturdido. A veces, los cambios de humor que suponen el paso de la felicidad a la depresión tienen su origen en el fallecimiento de uno de los padres (el de Evelyn, según supe después, había muerto siendo ella una niña), la pérdida del trabajo (desde luego, ése no era su problema) o las secuelas de una larga enfermedad (ella disfrutaba de excelente salud física). Los atentados suicidas, a no ser que uno fuera atacado directamente, eran, por decir algo, un detonante poco habitual.

Se echó a llorar.

Pobres judíos. Pobres judíos. –Tomó aire y las lágrimas cesaron–. ¡Los árabes son unos cabrones!

Me pareció algo anómalo que una palabra así saliera de su boca, y daba una idea de la rabia que había detrás.

¿Usted es judía, pues?– pregunté.

De los pies a la cabeza.

¿Y sus padres? ¿Eran tan fervorosos como usted?

No. No eran muy religiosos. Yo tampoco, la verdad. Y no les importaba Israel. Para mí, es el único país que importa. Los árabes están empeñados en destruirlo.

¿Y su esposo?

Bueno, dice que es judío, pero Israel también le trae sin cuidado. Es una de las razones por las que le odio.– Se quedó mirándome con hostilidad, quizá porque mantuve la calma pese a la vehemencia de su pasión. –Mire, he perdido el apetito. No me apetece la comida, ni el sexo, ni el amor, ni el trabajo. Me siento frustrada e insatisfecha. No consigo dormir. Ahora necesito psicoterapia. Usted tiene buena reputación. Ayúdeme.

¿Para descubrir de dónde proceden la rabia y la ansiedad?

Quiero recuperar la felicidad,– sentenció, bajando la cabeza. –Voy al cine. Voy de compras. Me voy a la cama. Y pienso en lo mucho que odio a los árabes. Odio a la ONU. Ya sé que han hecho cosas buenas, pero están dominados por antisemitas. Todos los votos van en contra de Israel. Soy consciente de que exagero. Sé que deberían importarme otras cosas, pero es que esos cabrones de los árabes… ¿Cómo pueden matar a bebés judíos? ¿Cómo van a importarme otras cosas?

***

Probamos la psicoterapia convencional, explorando su infancia en esta vida, pero las causas de la rabia y la ansiedad que sufría no parecían estar ahí. Aceptó intentar una regresión.

Vuelva al momento y al sitio en el que surgió por primera vez su ira,– requerí en cuanto entró en un estado hipnótico profundo. No quise orientarla más. Ella misma elegiría el tiempo y el lugar.

Estoy en la Segunda Guerra Mundial,– anunció con una voz grave y masculina, sentada muy erecta y con gesto de incredulidad. –Soy un oficial nazi, miembro de las SS. Tengo un buen trabajo. Me dedico a supervisar la carga de judíos en los vagones de ganado que les llevarán a Dachau, donde van a morir. Si alguno intenta huir, le pego un tiro. No me gusta hacerlo. No es que me importe matar a una de esas alimañas, sino que no me gusta nada perder una bala. Son caras. Nos han ordenado ahorrar munición siempre que sea posible.

Aquella despiadada letanía se contradecía con el horror mal disimulado de su voz y el ligero temblor que había hecho presa en su cuerpo. Como oficial alemán, puede que no sintiera nada por la gente que mataba; como Evelyn, al recordarlo, sufría un tormento.

He descubierto que la forma más segura de acabar reencarnado como miembro de un grupo concreto de personas (ya sea una religión, una raza, una nacionalidad o una cultura) es haberlo odiado en una vida anterior, haber demostrado prejuicios o violencia contra ese grupo. No me sorprendió que Evelyn hubiera sido nazi. Su vehemente postura proisraelí en esta vida era una compensación por el antisemitismo de entonces que ella había acabado convirtiendo en una sobrecompensación. El odio que había sentido por los judíos se había transformado en una animadversión igual de intensa hacia los árabes. No era de extrañar que se sintiera ansiosa, frustrada y deprimida. No había avanzado demasiado en su travesía hacia la salud.

***

Después pasó a otra parte de su vida como alemán. El ejército aliado había entrado en Polonia y ella había muerto en el frente durante una encarnizada batalla. En su evaluación vital, tras morir en aquella existencia, sintió remordimientos y una culpa tremenda, pero necesitaba volver para confirmar que había aprendido la lección y para resarcir a todos los que había perjudicado como oficial de las SS.

Todos somos almas, todos formamos parte del Alma única, todos somos iguales, seamos alemanes o judíos, cristianos o árabes, pero, al parecer, Evelyn no había aprendido esa lección. Su odio no había desaparecido.

Vamos a hacer un experimento,– propuse tras devolverla al presente. –¿Se anima?

Aceptó encantada.

Se puso cómoda, sus manos contuvieron su juego ansioso. Me miró con expectación.

Creo que somos capaces de influir en nuestras vidas futuras a través de nuestras acciones en ésta,– empecé. –En este mismo instante, usted está influyendo en su vida futura con la rabia que siente hacia los árabes, del mismo modo que su antiguo odio por los judíos influyó en la otra. Ahora, lo que quiero es que realice una progresión hasta la que probablemente será su próxima vida si sigue el mismo rumbo de la actualidad, si sigue siendo la Evelyn de hoy, si la persona que vino a pedirme ayuda no cambia.

La llevé hasta un estado hipnótico profundo y al guié hasta una vida futura que tuviera conexiones con la vida del oficial alemán y con la vida actual, marcada por sus ideas antiárabes. Tenía los ojos cerrados, pero era evidente que veían con total nitidez.

Soy una chica musulmana. Soy árabe. Una adolescente. Estoy en una chabola hecha de hojalata, como las de los beduinos. Vivo aquí desde siempre.

¿Dónde está esa chabola?– pregunté.

Frunció el entrecejo.

En los territorios palestinos o en Jordania. No se ve con claridad. Las fronteras han cambiado.

¿Cuándo ha sucedido eso?

Cambian constantemente. Pero todo lo demás sigue igual. La guerra contra los judíos no se ha acabado. Siempre que hay un período de paz, los radicales la estropean. Y por eso somos pobres. Siempre seremos pobres–. Su voz cobró un tono áspero. –Es culpa de los judíos, que son ricos y no nos ayudan. Somos sus víctimas.

Le pedí que avanzara en esa vida árabe, pero murió poco después «de una enfermedad» y no fue capaz de añadir nada más. En cambio, pudo vislumbrar la vida posterior a ésa. Era un hombre cristiano y vivía en el África oriental. Estaba muy enfadado por el aumento de la población hindú en la región. (Es increíble, pensé entonces. Los prejuicios nunca mueren.) En su evaluación vital, reconoció que siempre había habido y siempre iba a haber alguien a quien odiar, pero al menos en aquel momento se produjo, por fin, una epifanía.

El amor y la compasión son los antídotos contra el odio y la rabia,– aseguró con una voz cargada de asombro.– La violencia sólo sirve para perpetuar el sufrimiento.

Cuando la hice regresar al presente, hablamos de lo que había aprendido. Sabía que tenía que modificar sus ideas preconcebidas hacia otros pueblos y otras culturas. Tenía que cambiar el odio por la comprensión. Esos conceptos son fáciles de entender mentalmente, pero no de asimilar como forma de conducta.

Ha necesitado dos vidas posibles para interiorizarlo,–señalé, –pero, ¿y si pudiera acelerar el cambio ahora que ha captado el concepto en el presente? ¿Cómo serían entonces sus vidas futuras?

***

En nuestra siguiente sesión, Evelyn hizo una progresión hasta una vida futura que relacionaba la del oficial alemán con su rabia actual.

Esta vez vamos a probar algo distinto –le planteé–. Tiene que desligarse de todos los prejuicios de su existencia actual. Tiene que ver a todas las almas y a todas las personas como iguales, como seres conectados entre sí por la energía espiritual del amor.

La invadió una gran calma. Por lo visto, su futuro había cambiado completamente. No encontró vidas en Palestina ni en África oriental, sino lo siguiente:

Soy la directora de un hotel de Hawai. También es balneario. Llevo un hotel y un balneario preciosos. Hay flores por todas partes. Los clientes proceden de todo el mundo, de países y culturas distintos. Vienen para encontrar una energía regenerativa. No resulta difícil, porque el balneario está muy bien administrado y el emplazamiento es espléndido–. Se sonrió ante la visión. –Tengo mucha suerte, puedo disfrutar de las instalaciones todo el año.

Por descontado, imaginarse como director de un balneario fantástico en un lugar precioso rodeado de aroma de hibisco es una fantasía muy agradable. Lo que vio Evelyn en ese viaje al futuro podría haber sido perfectamente una ilusión, una proyección, o una visualización de sus deseos. Cuando retrotraigo a alguien, a veces resulta complicado distinguir entre recuerdo real y metáfora, entre imaginación y símbolo. No obstante, en las vidas pasadas visualizadas se dispone de un indicio de autenticidad cuando una persona habla un idioma que nunca ha aprendido en ésta (fenómeno que se conoce como xenoglosia), lo cual indica que está ofreciendo detalles históricos fieles. Otro indicio es que el recuerdo provoque una emoción intensa. En las progresiones, en cambio, las emociones intensas son muy habituales, pero la validación resulta mucho más difícil. Trabajo sobre la base de que, aunque una progresión no pueda comprobarse, no deja de ser una eficaz herramienta de curación. Sí, es posible que se den metáforas y fantasías, pero lo importante es que el paciente sane. Con las regresiones y las progresiones, los síntomas desaparecen, las enfermedades remiten, la ansiedad, la depresión y el miedo quedan mitigados.

Nadie ha encontrado aún una forma de confirmar que el futuro imaginado vaya a suceder realmente. Los pocos que han seguido mi estela en este campo de investigación se encuentran de forma inevitable con esa ambigüedad. Es cierto que, si un paciente realiza una progresión hacia un momento futuro de su vida actual, lo que vea puede confirmarse cuando se cumpla, pero incluso en esos casos cabe la posibilidad de que, al haber vislumbrado el paciente su futuro, decida encaminar su vida en esa dirección concreta; el mero hecho de que una visión sea producto de la fantasía no impide que el sujeto pueda hacerla realidad.

Los pacientes se sientan ante mí con los ojos cerrados. Todo lo que les pasa por la cabeza, ya sea una metáfora, un símbolo, una fantasía o un recuerdo real, contribuye al proceso de curación. Ésa es la base del psicoanálisis y también del trabajo que realizo, aunque el espectro de mi actividad es más amplio, ya que abarca el pasado remoto y el futuro. Desde mi perspectiva de sanador, el hecho de que las visiones de Evelyn sobre lo sucedido en el pasado y lo que está por venir sean reales o no carece de importancia. Es probable que su vida como oficial alemán fuera cierta, ya que su recuerdo fue acompañado de intensa emoción. Y sé a ciencia cierta que sus visiones de existencias futuras tuvieron una fuerte influencia en su vida, ya que le transmitieron algo: si no cambias, vas a repetir este ciclo destructivo de agresor y de víctima, pero, si das un golpe de timón, puedes romperlo. Sus distintas visiones del futuro le enseñaron que podía determinar su porvenir mediante el ejercicio del libre albedrío. Y que el momento de empezar a ponerlo en práctica era el presente inmediato.

Evelyn decidió no esperar a su próxima vida para experimentar la curación y para ofrecérsela a los demás. A los pocos meses de nuestra última sesión, dejó su trabajo en la empresa y abrió una casa de turismo rural en el estado de Vermont. Suele practicar yoga y meditación. Tanto en apariencia como en su interior, profundamente se ha librado de la rabia y los prejuicios que la atenazaban. Las progresiones le permitieron alcanzar la felicidad que buscaba cuando recurrió a mí. Y yo descubrí en ella un modelo de la fuerza de la progresión y una mayor seguridad para utilizarla como instrumento terapéutico.

Doctor Brian Weiss. Muchos cuerpos, una misma alma. Primera edición castellana en rústica de la Editorial Zeta. Páginas 65 a 74.
Corrección respecto la versión inglesa original: Loto Perrella.